Una obra maestra en tu mesa: El legado japonés de Kikkoman.

A veces olvidamos que los objetos más pequeños, aquellos que usamos sin pensar, pueden tener una historia profunda y transformadora. Un ejemplo magistral es la icónica botella de salsa de soya Kikkoman, una creación de 1961 que aún hoy sigue siendo símbolo de elegancia, funcionalidad y tradición japonesa.

Detrás de este frasco de vidrio, presente en millones de mesas alrededor del mundo, se encuentra la mente de Kenji Ekuan, un diseñador industrial que no solo cambió la manera en que se vierte salsa de soja, sino también la forma en que entendemos el propósito del diseño.

Su diseñador

Tras la Segunda Guerra Mundial, Japón enfrentaba una profunda reconstrucción, no solo física, sino también cultural y espiritual. Era un momento en el que muchos creativos buscaban redefinir lo japonés en un mundo globalizado.

Kenji Ekuan (1929–2015) nació en Hiroshima y fue testigo directo de la devastación nuclear. Su padre murió tras la explosión de la bomba atómica, y Kenji tomó la decisión de abandonar el sacerdocio para dedicarse al diseño. Para él, los objetos cotidianos eran la forma de darle sentido a la vida tras la tragedia. En sus palabras:

“Después de Hiroshima, comprendí que los objetos también tienen alma. El diseño debía ser una forma de reconstruir la dignidad humana.”

Fue con esta filosofía que fundó GK Industrial Design, estudio que marcaría la historia del diseño japonés moderno.

La salsa de soya es parte esencial de la cocina japonesa. Sin embargo, antes de los años 60, solía venderse en grandes envases poco prácticos o vertida en botellas improvisadas que goteaban, manchaban y no eran reutilizables. El desafío era claro: ¿cómo crear un recipiente que combinara higiene, funcionalidad, belleza y tradición?

Kikkoman, ya una marca consolidada en Japón, le encargó a Ekuan un envase para su producto estrella que pudiera llegar tanto a los hogares japoneses como a los del extranjero. No se trataba solo de un frasco bonito: debía resolver un problema práctico y representar los valores de la marca.

El desarrollo no fue inmediato. Ekuan y su equipo trabajaron durante más de tres años para perfeccionar el diseño. Realizaron cerca de 100 prototipos hasta encontrar la forma, tamaño y materiales ideales.

El resultado fue una botella de 150 ml, fabricada en vidrio transparente, con una silueta delgada y curvilínea, muy parecida a la tradicional jarra para sake japonesa. No fue una elección estética al azar: esta referencia cultural evocaba lo ceremonial del acto de servir y aportaba una carga simbólica de refinamiento y respeto.

Uno de los mayores logros del diseño fue el desarrollo del doble pico vertedor, que permite un vertido preciso, bilateral y sin goteo. Gracias a la forma del pico y al ángulo calculado del vidrio, el flujo de la salsa se detiene en seco cuando se deja de verter. Esto evita las manchas en manteles y botellas pegajosas.

Además, su forma ergonómica se adapta perfectamente a la mano, sin importar si eres zurdo o diestro. La tapa de plástico roja, además de ser llamativa y fácilmente reconocible, se puede quitar y poner con facilidad, facilitando el rellenado y la limpieza.

En resumen, cada detalle fue pensado al milímetro para mejorar la experiencia del usuario. No hay un solo elemento que no tenga función.

Impacto global: de símbolo doméstico a ícono internacional

La botella fue un éxito inmediato. En una época donde lo desechable y lo plástico comenzaban a dominar, la propuesta de Ekuan era revolucionaria: una botella duradera, reutilizable, estética y universal. Pronto se convirtió en el recipiente insignia de Kikkoman, tanto en Japón como en el extranjero.

Desde su lanzamiento, se han vendido más de 300 millones de unidades y ha llegado a más de 100 países. El diseño no ha cambiado en más de seis décadas, prueba de su atemporalidad y eficacia.

Hoy, esta botella forma parte de la colección permanente del Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York, y del Museum für Gestaltung en Zúrich, entre otros. Es considerada un ícono del diseño funcional japonés, al nivel de productos como la silla Wassily, el iPod original o la cámara Leica.

La botella de Kikkoman es más que un envase: es una lección de diseño. Es la prueba de que no se necesita alta tecnología ni materiales costosos para crear algo memorable. Basta con entender profundamente al usuario, respetar la cultura y buscar la armonía entre forma y función.

Kenji Ekuan también diseñó trenes, motos, electrodomésticos y mobiliario urbano. Pero su legado más visible es esta pequeña botella, que ha servido salsa de soja en silencio durante más de 60 años, sin perder vigencia ni elegancia.

Vivimos rodeados de objetos. Algunos pasan desapercibidos, otros nos hacen la vida más difícil. Pero los grandes diseños —como esta botella— se sienten naturales, familiares, casi invisibles… hasta que alguien te cuenta su historia y descubres que estás sosteniendo una obra maestra.

La próxima vez que veas una botella de Kikkoman, piensa en todo lo que hay detrás de ella: la memoria de Hiroshima, la tradición japonesa, la visión de un monje que se volvió diseñador… y el poder del diseño para dignificar lo cotidiano.

Publicaciones Similares